Alucinación I



Enzo Cucchi

Una muerte. Qué instante. Pensar, pensar en un hueco, en una perforación de la mente por para y el cerebro extinto (¿de dónde?). Aquí las rosas olían a muerto, a nicho relleno de tierra.
Qué silencio. Siempre acudí a los mismos sitios para buscarme. Nunca conseguí encontrarme, y quería, deseaba, fugarme de aquel circo.
¿Por qué nunca lo hice?
Yo me sentía como un apartado de mi propio cuerpo y ser.
El ser, dijeron, nunca fue lo mismo que el cuerpo. Entonces, entonces, dime tú, que todo lo sabes, ¿por qué duele cuando me tocas? da igual: aquí, allí. Todo era yo y mis prolongaciones.
Qué línea.
Infantil, infantil te acabas, qué oscura, qué niña. ¡Sonríe! Explota.
Todo este imperativo era un fin en sí mismo. No podías buscar una causa externa, sólo acostarte larga cuán eras en la prolongación que era esa esquela.
Qué longitud.
Acostada en ese camino una mujer extraña vino a buscarme. Creí que era un hombre y quise levantarme, pero, para cuando me planteé el intento, ya me había alcanzado. En un lugar me ataba las muñecas con sus manos. Aquí miraba, sólo miraba; y todo era tan inofensivo...
Se fue y aquel lugar se convirtió en un desierto. Los problemas de habitar en alguien, los problemas de existir; los huecos.
Aquello estaba todo formado por líneas y colores que se movían por el espacio. Era aquello el vacío. ¿Era aquello el vacío? ¡Qué sorpresa! al fin había llegado. Pero todo aquello yo ya lo conocía. Alcé una mano y así el aire. No había aire. No había mano. El horror al reconocer, al darse cuenta de que no había nada, nada excepto yo, y que aquel dolor agudo era la evidencia de una existencia tan desconocida, tanto, que era yo, yo era aquello.
Y aquello se volvía contra mí y ma bailaba en las cuencas de los ojos, si las hubiere, aquello me galopaba por la piel desbocado como una caricia y esa sensación turbadora. Aquello me arrancaba los dientes, me besaba la frente, me adelantaba con recuerdos de una muñeca, de una mujer, de un desierto blanco, blanco, como la piel que nunca tuve. Aquello me perseguía por cada hebra de cabello, por cada silueta que imaginé para condecorarme como perfecta. En cada desnudez, en cada cronopio atemporal, en cada magnánima imagen de gemidos; en los árboles que acaricié como consuelo. Aquello me tomó de las manos, que no eran, me tomó tan fuerte que comencé a creer en nuestra existencia. Y aquello abrió una enorme boca de muerto, una enorme boca inerte, y comenzó a devorar todos los colores que me vestían, comenzó a violar aquel espacio sólo con su movimiento. Aquello retozó en cada ensoñación de un sujeto cualquiera, cualquiera. Cuando engulló la vida, golpée una luz, para que vinieran a buscarme. Y entonces, vi que era yo. Que yo estaba, al menos, en la dicción. Y vi un camino, y vi una luz de mediodía reflejada en un coche, y vi el color del vehículo, y vi a las personas que me guiaban, y vi mis intentos, y vi los árboles, y vi, vi, vi cómo todo pasaba de largo por el camino de arena.

Alucinación I, Portinari





Salvador Dalí

jueves, 10 de junio de 2010 8 Comentarios

Etoile Polaire



[...]
He holds him with his glittering eye--
The Wedding-Guest stood still,
And listens like a three years' child:
The Mariner hath his will.
[...]

S. T. Coleridge, The rime of the Ancient Mariner




Lo toma con su ojo refulgente--
El Invitado a la boda se detuvo
Y, como un niño de tres años, escucha:
El Marinero tiene su voluntad.









La ciudad, 1903, A. Strindberg



jueves, 3 de junio de 2010 8 Comentarios

« Entradas antiguas Entradas más recientes »

Photo: Jonah and the whale, Pamplona Bible

Jonah, Pamplona Bible, Navarre 1197. Amiens, Bibliothèque municipale, ms. 108, fol. 146r .