Tan pequeños y
desacertados, los trazos, en la mano, para el cruce de las vías donde se corte
el aire. Tu premura Anselmo, tu premura escondida en la necesidad de la
ceguera, quizás en ese revuelo, en el tuyo Anselmo. El cielo se cae de entre
las manos, y descubres el poder de la rasgadura, de cualquiera de sus
sinónimos. Estar cerca no es el espacio Anselmo, si te quedas en el centro lo
entiendas, por el extremo que nos lleva y quién sabe si procurada también la
premura que te tambalee. Anselmo tu premura y mi premura juntas crean el cielo,
pero nuestro espacio crea solo nuestro espacio y nada ya te asegura la virtud.
En tus manos la tela de los vestidos golpeados contra la piedra, olvidas
Anselmo las rodillas de tu abuela hendidas junto a la tierra oyendo ciega el
río con fuerza Anselmo regresas, las manos con fuerza golpean tu cuerpo contra
las rocas para secar tus vestidos. Anselmo, tu necesidad y mi necesidad juntas
no pueden crear el lenguaje. Con premura regresas a tu madre y olvidas los
elementos, y qué está cerca y qué está lejos, para ti puede ser algo más que un
absurdo paralelismo con la rasgadura. Por eso una piel que ves está dañada, por
la premura del azogue, en el relato del tiempo y quién te diga “Anselmo, no te
apresures”.
Imágenes: Anselm Kiefer, Lot's wife, 1989.
-------------- Die Woge, 1995.
Para leer más, seguir las huellas del oso: Revista Kokoro: Infancias.
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