Mira a la que avanza desde el fondo del agua borrando el día con sus manos,
vaciando en piedra gris lo que tú destinabas a memoria de fuego,
cubriendo de cenizas las más bellas estampas prometidas por las dos caras de los sueños.
Lleva sobre su rostro la señal:
ese color de invierno deslumbrante que nace donde mueres,
esas sombras como de grandes alas que barren desde siempre todos los juramentos del amor.
Cada noche, a lo lejos, en esa lejanía donde el amante duerme con los ojos abiertos a otro mundo adonde nunca llegas,
ella cambia tu nombre por el ruido más triste de la arena;
tu voz, por un sollozo sepultado en el fondo de la canción que nadie ya recuerda;
tu amor, por una estéril ceremonia donde se inmola el crimen y el perdón.
Cada noche, en el deshabitado lugar adonde vuelves,
ella pone a secar la cifra de tu edad al bajar la marea,
o cose con el hilo de tus días la noche del adiós,
o prepara con el sabor del tiempo más hermoso ese turbio brebaje que paladeas en la soledad,
ese ardiente veneno que otros llaman nostalgia
y que tan lentamente transforma el corazón en un puñado de semillas amargas.
No la dejes pasar.
Apaga su camino con la hoguera del árbol partido por el rayo.
Arroja su reflejo donde corran las aguas para que nunca vuelva.
Sepulta la medida de su sombra debajo de tu casa para que por su boca la tierra la reclame.
Nómbrala con el nombre de lo deshabitado.
Nómbrala con el frío y el ardor,
con la cera fundida como una nieve sucia donde cae la forma de su vida,
con las tijeras y el puñal,
con el rastro de la alimaña herida sobre la piedra negra,
con el humo del ascua,
con la fosa del imposible amor abierta al rojo vivo en su costado,
con la palabra de poder
nómbrala y mátala.
Y no olvides sepultar la moneda.
Hacia arriba la noche bajo el pesado párpado del invierno más largo.
Hacia abajo la efigie y la inscripción:
“Reina de las espadas,
Dama de las desdichas,
Señora de las lágrimas:
en el sitio en que estés con dos ojos te miro,
con tres nudos te ato,
la sangre te bebo
y el corazón te parto”.
Si miras otra vez en el fondo del vaso,
sólo verás ahora una descolorida cicatriz cuyos bordes se cierran donde se unen las aguas,
pero pueden abrirse en otra herida, adonde nadie sabe.
Porque ella te fue anunciada en el séptimo día,
—en el día primero de tu culpa—,
y asumiste su nombre con el tuyo,
con los nombres vacíos, con el amor y con el número,
con el mismo collar de sal amarga que anuda la condena a tu garganta.
Para destruir a la enemiga, Olga Orozco
"Para destruir a la enemiga", Olga Orozco
Publicado por
רוּת
Eso:
La enemiga,
la muerte es el último enemigo,
Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos,
Olga Orozco
lunes, 26 de mayo de 2014 Deja tu comentario
Tándem: Lectura poética a cuatro voces
sábado, 24 de mayo de 2014 Deja tu comentario
"El rostro entre los rostros de Marguerite Duras" en MARGUERITE DURAS. MOVIMIENTOS DEL DESEO. Revista Shangrila nº 20-21
Sí, lo que decía, ya tarde en su vida, volvió a empezar.
El amante, Marguerite Duras
I. Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde.
En El amante (L’amant, 1984) muy pronto fue demasiado tarde para que todo ocurriera. Excepto el deseo. Eso que se precipitó sobre la protagonista del mismo modo en que se le precipitó el cuerpo. Pronto: “Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al transponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas”.
En El Zohar se nos habla del Pequeño Rostro y el Gran Rostro como los rostros de Dios (el anciano entre los ancianos o el anciano sagrado en la cábala judaica). Existe una oposición entre ellos que radica en el lugar desde el que se mira, desde este o aquel otro lado de la cortina:
[…] Cuando es visto bajo esta forma se le llama “Gran Rostro”. Al anciano entre los ancianos se le conoce por el nombre de Gran Rostro, mientras que visto desde afuera, es decir a través de las cortinas, es llamado el “Pequeño Rostro”. […]El anciano entre los ancianos y el pequeño Rostro son una misma cosa. […] La reproducción más fiel al original es la imagen del hombre. Todos los mundos de arriba y de abajo están comprendidos en la imagen de Dios.
Los rostros de Marguerite o los rostros en Marguerite siempre están dados la vuelta, mostrándose del otro lado de la cortina. Está una muchacha de espaldas, un amante como bien podría ser cualquier otro, una madre y unos hermanos que son el cazador y la forma, la silueta. (...)
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MARGUERITE DURAS. MOVIMIENTOS DEL DESEO, Revista Shangrila, nº 20-21 , Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014.
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רוּת
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jueves, 22 de mayo de 2014 Deja tu comentario