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Heidegger.
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martes, 28 de abril de 2009 9 Comentarios
domingo, 26 de abril de 2009 8 Comentarios
Ausencias interminables en el segundero, ausencias como termitas, ausencias en mi cabeza.
Vuelve: ausencia en la palabra. Sensación de pérdida, perdida en la sustancia inflamable con lágrimas.
Yo soy yo, aunque nadie, segundero en el occidente.
Mirando a lo lejos, echando en falta la palabra verbalizada. Echando de menos la manera en que me asía la mano, y de más, la distancia.
A mil revoluciones secundarias, a mil millones de palabras por hueco, y la falta se reverbera en ese silencio precoz en cada milésima de segundo.
Segundos segundos, y terceros; mano alzada en el cuarto, al quinto, el corazón da un vuelco y la sangre corre fría cuerpo abajo, arruyando los recuerdos. Se para el segundero, dando paso a la quietud, proemio de la muerte, y dejas a la mano que acaricie el aire, y dejas los ojos vagando por el horizonte, buscando la sombra de lo que, apenas seis segundos antes, era.
Y te diste cuenta entonces, de que el tiempo, no entiende de estatismos.
jueves, 9 de abril de 2009 10 Comentarios
"Tras la noche todo se ve con mayor claridad." O, al menos, eso he oído.
Ésta se me hace demasiado larga.
Morriña.
miércoles, 8 de abril de 2009 2 Comentarios
El cuerpo yacente olía a putrefacción desde la otra calle, y el alma lloraba al verlo, porque quería un entierro digno para sus muertos.
La procesión adoraba a su señor con la cara cubierta y el falso cadáver en alto. Nadie miró a su izquierda al girar la esquina, nadie vio al mago hacer desaparecer la risa de la cara del niño, cuando con un dedo, le dijo:
-Ahí está tu madre.
domingo, 5 de abril de 2009 1 Comment
La historia comenzaba de manera abrupta, según me dijeron.
Las palabras se rompieron en su boca, y su garganta se marchitó como lo hacen las pequeñas flores llegado el otoño, dándose cuenta el gentío por su palidez acusada, que se reflejaba intermitente en el espejo retrovisor del mago.
Viraron a la derecha, sortearon con rapidez mortecina la curva y, cadáver y diablo se sintieron por fin en casa.
La elevó por los aires, con aire distinguido de buen caballero de alta alcurnia, y, sin poner ni un sólo dedo sobre sus delicados pétalos ya de flor orquídea, consiguió mantener digna su postura de mujer altiva, que aún conservaba.
Y sus pestañas se besaban apasionadamente en un furibundo sueño en quien sabe dónde.
Duró un segundo. El botón saltó del hojal bajo la presión del dedo. El mago no necesitaba ayuda para eso. La joven tendía un fino hilo de separación entre ambos, sin darse cuenta. Y llegó la magia. El beso cesó y Catulo se lamentó entonces. Lesbia miró a su opresor; destacó en sus pupilas entonces el brillo de quien ha recorrido un largo viaje y reserva sus explicaciones para la soledad siempre acompañante.
Tiempo viró a la derecha, sorteó vivaz la curva y atravesó al mago, quien, rendido, se desplomó impío contra todo pronóstico sobre el cuerpo yacente de su esposa, y sin reparar en los besos violáceos primaverales, embistió con fuerza el cuerpo de aquella a quien llamó su mujer, sin que su secreto, contenido en las pupilas de aquella madonna inmaculada, lograra persuadirle de su oscuro propósito. Una y otra vez, una y otra vez, el movimiento rítmico, una y otra vez, una y otra vez, una despedida rotunda; sin que su mano la despojara aún del disfraz de la función, sin que para los demás se hubiera cerrado el telón.
miércoles, 1 de abril de 2009 1 Comment
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