La liebre salpicada de rocío

[...] En una sociedad en la que las personas no se consideran seres humanos individuales no hay sitio para la piedad o la humanidad, sino que son solo piezas impersonales de un mecanismo rígidamente organizado. Únicamente cuando uno siente que los demás tienen un "yo" como nuestro propio "yo", solo cuando se considera a los demás como individuos, se puede sentir lo que sentía Montaigne por la crueldad. Únicamente la aguda conciencia de mi propia individualidad hace que me dé cuenta de que yo soy yo, y de lo que significan el dolor, la persecución y la muerte para ese "yo". Para mí "la muerte es el enemigo", el enemigo último, pues es ella la que destruirá, borrará y aniquilará mi individualidad, mi "yo". Lo que resulta tan difícil de entender es que todos los demás serés humanos, e incluso el pollo, el cerdo y la liebre salpicada de rocío tienen un "yo" exactamente similar, con los mismos sentimientos de placer y dolor personal, la misma temerosa conciencia de la muerte, esa destructora de ese "yo" único. [...]
 
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[...] Mi perra tuvo cinco perritos y alguien decidió que solo podía quedarme con dos, por lo que debería deshacerme de tres. En esas circunstancias la costumbre ancestral era ahogar a los cachorros de un día en un cubo lleno de agua. Me dispuse a hacerlo. Si uno los mira sin más, los cachorros de un día son objetos o cosas pequeñas, ciegas y sin diferencias. Metí uno de ellos en el cubo del agua y al instante ocurrió algo terrible y extraordinario. Aquel ser ciego y amorfo empezó a luchar desesperadamente por su vida, se debatió y golpeó el agua con las patas. De pronto comprendí que era un individuo, que igual que yo mismo era un"yo", que estaba luchando con la muerte y sufriendo en aquel cubo de agua lo mismo que sufriría yo si tuviese que combatir a la muerte y me estuviese ahogando en un mar turbulento. Sentí,  igual que lo siento ahora, que era horrible e incivilizado ahogar aquel "yo" en un cubo de agua. [...]
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Leonard Woolf, La muerte de Virginia, Lumen.
(Págs 21 y 23)

viernes, 24 de agosto de 2012

3 responses to La liebre salpicada de rocío

  1. Anónimo says:

    Mejor que el "yo" se descubrá "tú" que hacer del "tú" un "yo". Es decir, no trasvasar los valores del yo al otro, valores de poder, dominio, predominancia, sino adoptar los valores del tú en cuanto afuera y debilidad, existencia en interrogación. De cualquier forma, entiendo y comparto lo que quería decir el bueno de Leonard y como lo entiendo y comparto no puedo evitar preguntar: ¿por qué no podía quedarse con los tres perritos?, qué alegría y cuántos juegos.

  2. Portinari says:

    Mejor descubrir que encerrar, claro. Pero ¿hasta qué punto no es relativo que la debilidad sea un valor positivo? ¿y qué hay de la asunción de valores de poder y dominación en el "yo"? Quizás es que veo el "yo" como algo frágil, (no débil), y quizás sí, cierta imposición, cierta máscara. No sabemos quienes somos hasta que nos poenmos un nombre, y el único que nos ponemos es ese "yo", y "yo" es nadie,yo eres tú.

  3. Portinari says:

    Los tres perritos. No sé qué haría Leonard con ellos al final. Pero pienso en las costumbres como algo que parece acontecer casi sin querer.
    En ese fragmento hay muchas cosas que me compadecen. Y me alegr que hayas visto como yo. Ese yo que no soy yo, claro.

Photo: Jonah and the whale, Pamplona Bible

Jonah, Pamplona Bible, Navarre 1197. Amiens, Bibliothèque municipale, ms. 108, fol. 146r .